jueves, 19 de agosto de 2010

Decir extrañar, es invitar al llanto a entrar a casa, pero a mí no me quedan lágrimas.
Señor caballero; no se confunda no es por falta de lubricación en los ojos o por exceso de enfriamiento del corazón.
Quizás sea solo por la costumbre obligada a dejar el llanto atrás, pero a pesar de eso, a pesar de la costumbre, a pesar de seguir adelante, a pesar del aprendizaje, a pesar de todos los pesares, Señor Caballero, en este día asoleado, en este día tan solitario, en este día tan indescriptible de cosas, lo extraño más que nunca.
Lo extraño aunque ud. no se haya ido por voluntad propia o por mandato mío, más bien es que no está, aunque en el fondo sabe que sí está y que yo también estoy y también sabe que aún no se escribe lo que mañana ha de pasar, que por algo nacimos en este siglo y no antes o después, que nos extrañamos a pesar de que la mayoría de nuestros compatriotas se quieren lejos entre ellos.
La música canta para nuestros anhelos de querernos cerca, de correr a través del viento de manejar las palabras y acercar los días, de encontrarnos aquí, allá, en todas partes y en todos los lugares. En montañas o ríos o en lugares más sencillos, quizás sentados en una alfombra vieja, no importa.
Será? Nos alcanzarán los meses?
Nos alcanzarán los extrañarnos?
Usted extraña? Así sin lágrimas o con lágrimas, da igual, pero usted aun extraña? O es parte de mi invención, de una tortura, de un irreal?
Bueno el punto de todo este rodeo mi querido Señor Caballero es que… con y sin lágrimas, lo extraño.