jueves, 20 de agosto de 2009


Un día la Luna salió a jugar en el agua, sin saber nadar hasta el fondo llegó.
Se atrevió a inundar sus manos de espacios nuevos en su universo, fueron tantos los nuevos rincones de ese mar que sin darse cuenta siguió y siguió bajando.
Se quedo dormida sintiendo a los mil mares acariciar sus rotas texturas, su quebrantado rostro. Al despertar se despertó en un cielo que jamás había visto, era un cielo sin oscuridad alguna, era un cielo con luz.
Se detuvo solamente cuando en sus pies notó al ser mas brillante que jamás había imaginado, era el Sol que amencía en su camino.
No hubo lenguaje entre ellos, no hubo un lenguaje hablado entre ellos, desde ese mismo momento las palabras sobraron, las palabras fueron ellos. El Sol sin dudar aceptó su helado y quebradizo cuerpo y la Luna sin dudar acepto su inigualable locura.
Juntos subieron a los 7 cielos, sin saber, sin sentir, sin preguntar, sin quejas, sin emociones, mas que las de ellos mismos.
De repente no hubo más cielos, no hubo claridad; se perdió. Hasta la esperanza mas absoluta empezó a perderse… Sus manos se enredaron y confundieron, desesperados empezaron a dañarse sin poder verse.
Todo se perdió en las desesperadas heridas de la Luna.
Todo se perdió en el abominable y atormentado calor del Sol.
Las caricias se confundieron entre golpes y heridas y todo fue una difícil mezcla.
La luna queriendo arrancar, con el mar nuevamente se topó, pero esta vez se dejo morir, se dejo llevar por las corrientes con la ilusión de volver a encontrar aquel iluminado cielo.
El sol aun la busca, sale cada día a recorrer su cielo, esperando, esperando y así será su muerte, morirá esperando.
La luna para siempre quedo enterrada en su antiguo y regado cielo, recordando, recordando y así seguirá muriendo, seguirá recordando.

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